sábado, 9 de diciembre de 2017

Fuegos

Yo me quedo a la orilla de ríos metafísicos, ella los nada. Incalculables paisajes humanos se acomodaron a esta frase de Rayuela con la naturalidad furiosa de la literatura. No había nada en el mundo más feminista que estas palabras, nada mejor que hacer que inventar el tiempo cada noche. Si hubiera una multiplicación más importante que las otras, serían todas las noches de todas las ciudades en las que viví en los años noventa. Gracias al veneno psicotrópico de lo interminable sucedieron viajes más allá de cualquier mapa. El vértigo iniciático no acababa de ayudar a comprenderlos, tuvieron que pasar años y pinceladas para acompasar mi caótica respiración a la sencillez de la curiosidad, a la naturalización de la inconsciencia como fuente de conocimiento. Los frutos, como las frutas, a salvo en una cesta. Para abrazar el tiempo que aún no te pertenece, espero en calma a que me duelan las nubes. De las nubes ya solo se espera que den agua, y quien dejó de doler, finalmente, fui yo misma, a salvo de quedarme contigo.

Desde la calma y mi querida soledad, los viajes son otros. Se hacen con pasitos cortos y palabras amistosas, con cuidados y solidaridades que, ahora sí, atraviesan océanos de tiempo sin que nadie resulte vampirizado. Los ríos metafísicos se recorren con poemas, ritmos, silencios y noches de hospital. El barroco ya no le interesa a nadie, y por eso es fascinante sumergirse en su contemporánea marginalidad para acabar de construirse un cuarto propio que sea al mismo tiempo refugio y espejo.
No te quiero como piensas que te quiero, te quiero mucho mejor. Te quiero tanto que prefiero la distancia para que puedas impulsarte en lo imposible, y desde ahí reconocerte en cada viaje que no hiciste. No me haces falta, me haces brillante en cada tutibeo, en cada beso pendiente, en cada miedo inconfesable. Me haces crecer y creer que tu ilusión es infinita, que así tiene que ser para que no te acabes nunca, ni te aburras ni te engañes más allá de lo cotidiano. Estoy lejos y te encanta, por eso nunca me llamas, ni me prendes ni me apagas.

Si hubiera algo de mí que te resulta fascinante, guárdalo como un tesoro, para encender fuegos artificiales en las fiestas. Acarícialo en tu memoria de pez, porque te va a hacer compañía en todos los intervalos. Y mientras vivas, brilla.

Somos tan complicados, nosotros, tan llenos de misteriosos resortes, de resonancias secretas, de alianzas y hostilidades, de encuentros y desencuentros...jugamos un ajedrez casi demoníaco y maravilloso  (Cortázar, claro)


 

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