sábado, 28 de octubre de 2017

Las niñas prodigio

Ante la duda y la zozobra, la biblioteca. Las mujeres que leen son peligrosas, y yo necesito armas por si se declara una guerra. Encuentro, o el libro me encuentra a mí, "Las niñas prodigio", de Sabina Urraca (ante la duda y la zozobra, en vena y sin anestesia).

Sabina Urraca me abraza con su escritura feminista autoparódica, y mientras cuenta cómo se sintió de todo menos poética el día que la invitaron a presenciar un parto natural, con su sangre, su caca y su susto... rompo a reír a carcajadas, sin freno, sin mañana, sin tiempo y sin espacio. Me río con la generosidad que regala Sabina compartiendo conmigo el reírse de sí misma, me río con ella en un acto de agradecimiento infinito, a ella y a todas las mujeres que con su ejemplo nos invitan a ser nosotras mismas. Una risa peligrosa, sin permiso ni perdón (en Halloween me disfrazo de escritora, que al parecer da muchísimo miedo)

Ese día empecé a dejar de quererlo. Estaba a mi lado y le molestó mi risa. "Histriónica", dijo. Luego vinieron los silencios violentos, esos con los que los hombres perfectos castigan a las niñas malas, a las que se ríen fuerte, a las que eructan en cualquier sitio, a las que tienen cuerpo y lo disfrutan. Mi cuerpo que ríe, que gime, que se enfada, que teclea con furia guasaps de autodefensa, que sabe hacer de todo menos olvidar a tiempo a quien le hace perder el tiempo. Mi cuerpo que se encariña y se pierde por esos senderos de escondrijo y matorral, de montañas rusas, de despertares tristes y euforias tan efímeras como el valor de sus palabras de amor.

Esta vez no hay grandes decisiones, no quiero decepcionarme a mí misma confundiendo marañas con etapas vitales. Hay un continuo de inestabilidad emocional que se circunscribe al otro como ilusión erótica. Fuera de ahí, todo lo demás es llevadero, agradable incluso. Hemos construido relaciones bonitas con amigas y amigos, playas paradisíacas donde nada ni nadie puede hacerme daño de verdad. Esa es mi fuerza, y esa fuerza siempre ha estado ahí. Aprendí de mis amigos gays primero, y de otras tantas amigas del activismo en salud mental y feminista después, la importancia de la amistad como resistencia, como espacio de vidas que importan. (Que mi vida no te importe dice mucho más de ti que de mí). Aprendí el valor del drama para desdramatizar, ahí es nada.

Esta vez no voy a enfadarme conmigo misma, ni con nadie. Me deslizaré tranquila por lo cotidiano, por lo intrascendente. Desde esta orilla contemplo la intensidad como algo que le pasa a los demás, mientras voy reuniendo motivos y razones que justifiquen abrirle la puerta de nuevo a cierta clase de vértigo, con menos prisa que un oso panda masticando una hoja de bambú a la hora de la siesta.





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