sábado, 14 de mayo de 2016

Paranoias emocionales

Sí, lo reconozco. He estado un rato con el teléfono en la mano, incluso escribí un par de mensajes que borré enseguida, sin llegar a enviarlos. Así que es una ocasión como cualquier otra para hablar del mal que me aqueja últimamente: las paranoias emocionales. Precisa y concretamente ubicadas en el terreno de la sexoafectividad. Ya solamente ahí. Desde que no siento que me persiguen los servicios secretos, y de eso hace ya unos cuantos años, he llegado incluso a aburrirme del grado de normalidad mental que soy capaz de mostrar. Puedo hacerlo, y punto. Pero no me satisface lo más mínimo.  Me aburro muchísimo, de hecho. Pero como siempre quedan refugios entre la normalidad, el duelo y el estrés, ahora me da por las paranoias emocionales. Que no se diga que no desdramatizo. Escribo esto a modo de sucedáneo de invadir la intimidad de nadie con sms, toboganes y montañas rusas. Aquí por lo menos no se hace ruido. El ruido del siguiente sms, cuando estás en medio de una conversación "pasional", se convierte en el centro del mundo, y activa todo tipo de reflejos condicionados. Tiene bastante de conductista, lo que sinceramente me produce un horror indescriptible. Ese horror escribe por mí, me genera ansiedad y ya lo de menos es el contenido. El contenido es la oscuridad, su relato en radical sincronicidad, desgranado en capítulos fragmentarios, que además pitan.

Pero el contenido proporciona información sobre la oscuridad, en ambas direcciones. Es una forma ligeramente agresiva de conocerse, porque es una forma de confrontar las paranoias de una con las del otro. Se puede sobrevivir a esa confrontación, e incluso salir reforzada, también por ambas partes. Pero reforzada no es sinónimo de ilesa. Debo aclarar, siendo honesta, que suelo empezar yo. La idea es quedar, siempre. Alimenta esa idea el deseo de estar con la otra persona, es una motivación profundamente pasional. Pero ante esa motivación por mi parte, conviene no olvidar que tratamos con el Otro, y vaya por delante que el Otro de hoy es abstracto, una figura sin nombre, alguien que está al otro lado, y que probablemente no tenga una motivación tan clara como la mía, ni que por supuesto comparta tampoco, ni mi urgencia, ni mi disponibilidad. Pero hay cierta curiosidad, por la otra parte, de obtener esa información, sin comprometer su tiempo ni su disponibilidad futura. Lo contrario sería fácil y rápido: hoy no puedo, pero sí mañana, o el jueves, o cuando sea. Esto último sería un bálsamo para mi ansiedad. Pero aquí cada uno lleva su mochila cargada con sus propias historias, y de la misma manera que yo tengo esa tendencia, la otra persona puede tener la contraria. Así que voy a limitarme a intentar comprenderme a mí

La ansiedad sexoafectiva nace de la necesidad, culturalmente inducida en el caso de las mujeres, de sentirnos queridas y deseadas, y del miedo a no ser correspondidas. En mi caso, por las circunstancias personales de los últimos meses, se añade una necesidad bastante apremiante de sentirme cuidada. Se une además a ciertos traumas recientes donde eso no se ha dado en la medida en que lo necesitaba muchísimo. La autoestima queda tocada, y recomponerla, si bien no es imposible, lleva su tiempo. En las estructuras mentales con las que el patriarcado oprime a las mujeres, tener pareja es un "premio", y no tenerla, un "castigo". Por muy feminista que se quiera ser, en momentos vitales de especial vulnerabilidad, el patriarcado puede golpear muy fuerte. Por ejemplo durante un duelo de ruptura.

Durante un duelo de ruptura, lxs psicólogxs aconsejan tomarse un tiempo antes de comenzar una nueva relación. Por otro lado, la tradición refranera frivoliza con que un clavo quita a otro clavo. Como no visito psicólogxs, ni tengo especial reverencia a los refranes, me las apaño como puedo, entre el trabajo, la angustia de los fines de semana, y las fantasías con que las cosas podrían haber sido de otro modo si yo me encontrase un poquito más estable. Mis propios referentes como activista en estos tinglados apuntan en primer lugar a la necesidad de comprender qué mecanismos se activan, y cuándo, y sobre todo, qué estrategias podemos tener a mano para minimizar el sufrimiento.  En el caso de los mensajes: ¿por qué lo hago? ¿en qué circunstancias lo hago? Una vez comprendido lo anterior: ¿qué puedo hacer para no hacerlo?

Aquí una lista de descubrimientos recientes:

- Apoyarse en alguien que quiera y pueda ayudar, alguien que sea consciente del sufrimiento real que está generando, de que no es un capricho sino un problema de autocontrol, e incluso de extrañamiento de una misma, a su vez motivado por un problema de autoestima. Y es un gran momento para decir: gracias.

- Priorizar lo que causa malestar, no sea que estemos focalizando en el mal menor. De nuevo: gracias.

- Hacer un repaso de qué vacío estamos cubriendo con la paranoia emocional. Qué hacíamos antes en ese espacio mental, que evidentemente hemos dejado de hacer. En mi caso concreto, puede que ya no lea tanto, ni pinte, ni practique música, ni quede tan a menudo con personas a las que quiero. La pasión como enfermedad: quien lo probó lo sabe. Aún así, gracias.

- Recuperar la perspectiva: siempre hay un yo antes de eso. El problema es si, en ese antes, no sería todo incluso peor, con lo cual la paranoia emocional, o pasional, o como se quiera llamar, viene a traer un tipo de sufrimiento más llevadero, que permite relativizar los anteriores, o hacerles menos caso. Error, porque lo que se hace es canalizarlos en una única dirección, dándole a ese canal un peso y una intensidad desproporcionada. Sea como sea, el objetivo en todo caso es sufrir menos, o no sufrir, antes que plantearse que el sufrimiento es obligatorio, y que por lo tanto solo nos queda elegir entre una carta variada de ellos.

- Escribir sin descanso, hasta que lo que duele dentro pueda verse ahí afuera, y pueda así de alguna manera objetivarse. Es el mismo método que utilizaba con las otras paranoias, el que hizo nacer este blog. Si con las otras se pudo, con esta también se podrá.

- Salir a celebrar todo lo anterior. Esta tarde me invitan al Requiem de Verdi (¡gracias!), así que ya me veo llorando a mares, deshaciendo muchos nudos, y saliendo después a bailar. Bailar es siempre lo mejor. No por casualidad, estaba bailando muy poco.



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