lunes, 4 de abril de 2016

Una tarde cualquiera

 Una kora y un contrabajo. Enchufo los altavoces para dejarme mimar, pienso en mi verbo preferido: arrebujarse.

Sentirse a salvo haciéndose un ovillo en la cama, bien tapadita. Llorar, si se necesita, cualquier dolor. Pensar que voy a quedarme dormida muy pronto, y quizás soñar. Respetar la tristeza para recibir con los brazos abiertos la alegría, cuando por fin se anime a volver. Porque volverá, ¿verdad? La música dice que sí, que volverá a hacernos reír. Aunque vuelva a marcharse después.

Al fondo hay un recuerdo de ternura irrenunciable para quien sepa lo que es amor del bueno. Pero yo no me quería poner romántica, solo quería abrir todas las puertas para que el aire me hiciese temblar, yendo y viniendo. Hasta que cambió el viento, llegando el que era esquivo y desconsiderado, que no hacía temblar sino de frío. Siendo el mismo aire, cambiando solo la dirección. Algo está pasando con las corrientes, con el hielo, con las estaciones...algo pasa con los ciclos lunares, con sus complejidades, con sus sueños y solsticios. Un olvido milenario de la ternura, ahogada en el ruido de los juegos de horror-odio, rancios, repetidos, hirientes, mitológicos. Qué aburrimiento la mitología, por favor, ya se encargó el psicoanálisis de recrearla para gloria de los menhires de siempre, los de la aldea gala y la fuerza bruta, que si la pócima iba a servir solo para eso, haberse tomado una seta.


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