lunes, 14 de diciembre de 2015

La mala priorización de los conflictos como causa de sufrimiento mental

   Ahora sí.

   Hace muchos años, una mala priorización de una época de conflicto me hizo pasarlo muy muy mal. Muchas veces, un delirio no es más que el desplazamiento de un conflicto real, y de su importancia, y su sustitución por otro (u otros) en el plano de lo simbólico. Es decir, que en lugar de enfrentar (nombrar, concederle su peso específico, ya es empezar a enfrentarlo) el conflicto principal, enfrentamos un conflicto menor en forma de dramática metáfora mental.

  Gracias a una buenísima amiga, María, sé que estaba haciendo de nuevo ese desplazamiento. En este caso no hacia el plano de lo metafórico, sino hacia otro lugar real, cercano, y en apariencia más ruidoso. Lo ruidoso parece más importante, y por lo tanto más dramático, más presente.

  Sin embargo, en el silencio de los vínculos vitales más profundos, los más apegados al cariño y a la trayectoria de una vida, puede esconderse una tristeza tan importante que no haya rabia posible que la canalice. Ni falta que hace. De lo que se trata es de estar, sabiendo que estar es muchísimo, y al mismo tiempo difícil. Porque la rabia, si acaso, debería volcarse contra un sistema organizado en torno al robo de tiempo que lo laboral perpetra sobre las necesidades más básicas: acompañar a quien tanto queremos.


domingo, 13 de diciembre de 2015

El conflicto mal gestionado como causa de sufrimiento mental

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jueves, 10 de diciembre de 2015

La mañana fue magnífica

   Al día de ayer le siguió una noche prácticamente en vela. Una velada en parte dolorosa, en parte catártica. La mañana fue magnífica, llena de luz y alegría. La rabia no cura, pero desatasca, desahoga. Se expresa, se hace consciente, y luego deja paso a nuevos puntos de vista. Menos opresores, menos oprimidos, algo parecido a la justicia.

  Cuando de alguna forma te has enderezado un poco la postura corporal, se nota bastante en la calma. Quedando todavía mucho camino por recorrer, solo sientes los malentendidos que pudieran provocarse. No sabemos nada de las reacciones ajenas, ni hay nada que podamos controlar en ellas, sobre todo si no tenemos intención de hacerlo. Tampoco podemos esperar nunca que los demás reaccionen como hubiéramos reaccionado nosotros en su situación. 1ª Lección de la rabia

  Las personas dolemos hasta el punto de querer olvidar cuánto, para poder seguir queriendo (nos). Dolemos por lo que decimos o por lo que no decimos. Dolemos por lo que hacemos o por lo que no hacemos. Dolemos porque somos, y porque no somos sin los demás. Quico Cadaval nos enseñó que Shakespeare nos enseñó que dentro de cada persona viven todas las personas. (Shakespeare para ignorantes, se llamaba el espectáculo didáctico-teatral). Y que una rosa no siempre es una rosa, añado yo. Dentro cada persona (en mí, en ti, en ellxs...) viven personas que no nos gustan, Malo cuando ninguna de las personas que nos habitan nos caen bien, por más pasajero que sea.

  A veces, la cercanía y la confianza nos hacen bajar la guardia, y empiezan a confiarse aquellxs de nosotrxs que nos caen peor, y poco a poco, sin que sepamos cuando empezó, se deteriora de alguna forma la cercanía y la confianza. Pasa en las mejores familias. Pasa en las relaciones de pareja, y pasa incluso, aunque menos frecuentemente, en las relaciones de amistad. Aquellxs de nosotros que nos caen peor ocupan un espacio que deja de ser seguro, y los espacios empiezan a connotarse, a cargarse de algo que, en el mejor de los casos, intentamos olvidar cuanto antes. Porque preferimos el cariño, y en parte está bien que así sea. Así que relegamos a la excepcionalidad la actuación, o sobreactuación, de aquellxs habitantes que más nos molestan. A la larga, los habitantes molestos, molestos a su vez por la poca atención que se les presta en el conjunto de la personalidad, comienzan a molestar más. Nuestros otros habitantes empáticos y simpáticos promueven la compasión, y la comprensión, el perdón, el olvido, y todos los dones de la gracia, dando incluso las gracias por tantas enseñanzas, que tales oportunidades nos brindan.

  Pero cuando la situación es insostenible, por frecuencia o intensidad, aparece la rabia. Para que no se convierta en odio hay que ponerle nombre, cuerpo, y actitud. Identificarla. Ritualizarla. Situarla en el espacio y en el tiempo, y mirarla de frente. La propia y la ajena, la nuestra, la vuestra, la que atesoramos en común. Porque la rabia es un tesoro que nos cuida, impidiéndonos odiar. La rabia es sabia, porque sabe lo que le duele.

 Por alguna razón, la rabia se ha negado culturalmente a las mujeres. Las mujeres han sido convertidas en La Mujer, un ser mitológico mitad flor y mitad madre. Según este mito milenariamente patriarcal,, La Mujer tiene una antagonista, que vive dentro de ella. (Así, a lo maniqueo, a lo cansino, a lo cine comercial y vómitos de telefilme barato de sobremesa). Dentro de cada mujer viviría, según el mito, una auténtica Bruja Malvada, capaz de provocar tanto repudio y terror como gracias provocaban las flores y caricias. La función del patriarcado es vigilar y castigar la rabia de las mujeres, además de su cuerpo. (y de su dinero, y de sus derechos laborales, y de su educación, y bla bla bla...)

  Al patriarcado lo podemos tener dentro, fuera, al lado o alrededor. (Kate Millet, rabiosa).
  Por eso no tiene precio una mañana magnífica.
  Que la rabia nos cuide y acompañe, y que aprendamos a organizarla.

  Pd: Para Cris: ¡Gracias!

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Rabia loca

   Estar loca y hablar de rabia es delicado. Unx puede imaginarse a una loca de película, desencajada y violenta. Pero la rabia es más prosaica que todo eso, más cotidiana, y tiene múltiples formas de manifestarse. Lo importante es tener claro de dónde viene y contra que (o quien) se despierta. Sin esa información, la rabia duele y no se entiende.

  No es cierto que se pueda estar en el activismo con independencia del vínculo. No en este activismo, porque sería una contradicción. Otra cosa es que se confunda el activismo con suplir carencias afectivas, o realizar fantasías de reconocimiento. En mi caso, a veces han ido paralelas (porque me ha dado vínculos afectivos, e incluso cierto reconocimiento) , pero creo que nunca lo he confundido. En este activismo hay más profesionales que personas diagnosticadas, y tiene cierta lógica, porque estas últimas tenemos problemas emocionales, miedos atávicos, pánico al conflicto, traumas que nos vuelven de cristal, y vivencias por momentos extrasensoriales del sufrimiento ajeno (por no decir del propio). Y rabia, mucha rabia en muchos casos. Porque las vidas de las personas que han sido agraciadas con diagnósticos suelen ser de todo menos caminos de rosas. Pero la sociedad ya se ha inventado el diagnóstico y el estigma (es decir, la privación de derechos), para que, mediante una extraña y rentable carambola dialéctico-psiquiátrica, sea ella, la sociedad, quien nos tenga miedo a nosotrxs, y no a la inversa.

  También se entiende que intentar empatizar con quien sufre demasiado da pavor. Yo lo intenté varias veces, y así estoy. Debe ser por eso que me llaman valiente, con susto. Empezando conmigo misma. Ahora tomo pastillas porque, según un buen amigo, llamado Ali Babá, necesito 40 cuidadores. Deben estar todos de permiso por vacaciones.

  El tiempo no cura nada, ni tampoco las pastillas. Cura el amor.
  Y el odio destruye.
  Yo no odio, por eso siento rabia.
  Sentir el odio de los demás no es algo que recomiende a nadie.
  Tampoco recomiendo la pena de los demás.
  Me conformaría con justicia, aunque fuera poética.