domingo, 11 de agosto de 2013

Un lugar decente en un corazón de andar por casa

  Existen formas extrañas de gestionar el miedo, los conflictos, las pérdidas y los desencuentros. También aquello que no se entiende, que duele demasiado, que no encuentra acomodo en los cauces autorizados de la angustia.
Vale canalizar el dolor con rabia, con llanto, con irascibilidad y baja laboral.
Pero si no trabajas, si no cuentas para nadie, si tus dolores insoportables no están recopilados en políticas públicas... entonces es probable que lo que sientas, simplemente, sea terror a la exclusión social. Yo sé de una forma terrible, y a la vez extraordinariamente creativa, de canalizar el miedo a la exclusión social: imaginarte que existes para todo el mundo.  Contra el ninguneamiento nuestra mente inventó las ideas autorreferenciales. Contra nadie que nos atiende, nos atienden todos, nos persiguen, nos espían, nos controlan, nos rehacen y nos bloquean. La increíble venganza ficticia de los invisibles. La ausencia de protagonismo se convierte en borrachera de protagonismo. No inventamos nosotros la necesidad de protagonismo, sino el mundo que te dice que debes tener éxito, contar, figurar, "estar en el candelabro". Poca gente lo está, y no por mucho tiempo, pero el capitalismo insaciable pide éxito insaciable, y será culpa tuya si no lo consigues. Así que, para aquellas personas conscientes del dolor de no existir para casi nadie, se inventarán una isla mental en la que existen para todo el mundo. Si topan con un psiquiatra, serán los protagonistas de su recetario una vez cada tres meses. Pero si topan con un amigo, serán el amigo más dificil, pero habrán tenido suerte, porque la buena gente se preocupa de quien sufre, de quien está perdido. Un amigo buena gente es mucho mejor que un psiquiatra, sí que lo es.
Si tú eres ese amigo, no tengas miedo a hablar de aquello que para ti es la verdad. Tu amigo con "esquizofrenia" no es idiota, a fuerza de hacerle ver que para ti existe con toda la fuerza de una vida humilde, con todo el protagonismo que cuenta para ocupar un lugar decente en un corazón de andar por casa, tu amigo sembrado de ideas autorrefenciales pasará un duelo en el que perderá importancia para los servicios secretos, para la policía, para el estado o para la iglesia (paranoias que vienen, desde hace un par de siglos, a sustituir a las encarnaciones clásicas del jesucristo y el napoleón, ya que las paranoias también están  históricamente situadas). Pasado ese duelo, se descubrirá en un espejo humano, demasiado humano, y verá a sus amigos sin filtro, a su corazón sin límite, a su enorme suerte, y a su existencia pequeñita rodeada de dignidad.
Un poquito de esto, es muchísimo.

3 comentarios:

  1. Cómo me gusta lo que escribes!!!Y estoy muy de acuerdo contigo en que una amigo buena gente es mucho mejor que un psiquiatra!!!!jajaja besos y gracias por compartir!

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  2. Desde luego prefiero departir con mis amigos que verme con mi psiquiatra. Aunque un tacto rectal no sea tomarse un café con tu gente, son dos cosas que no se contradicen, necesidades plenamente compatibles en 2espacio-tiempo diferentes. Pensar lo opuesto resultaría en un problema mal planteado. El juego de roles entre yo y mi psiquiatra minimiza ese protagonismo en vacío. Ya no es sentirse importante o seguro de uno mismo, ¿es que no resulta patético estar insignificante y creerse el centro de medio mundo?, lo digo por el contraste fenomenal. Espero que no vuelva a ocurrirme, porque, o sí es patético, o sin duda es un síntoma de que algo se ha roto. En esa tesitura, inconsciente de mí, perdido, prefiero que me den el toque de atención. Y pensando que pude tener margen de maniobra, me avergüenza, claro. La fantasía crítica te da cierta aproximación, pero la autorreferencia esquizo, por definición, no deja grietas, que son ridículas al juicio propio. Dudo pueda ser una gestión, que pueda controlarse sin absorberte. La línea roja a esa transparencia cegadora, irremediable y no sense solo puede estar en una farmacia.

    Un saludo cordial

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  3. Aprecio los hechos fríos, pero creo que me he vuelto a exceder. La verdad, respeto todos los conatos vehementes de romanticismo individualista, aun con su carga patética. Sin creer ya en nada (busco algo firme horneándome día a día a fuego deplorablemente acotado y lento), sé que una fe fuerte y personal, interior y honesta, aunque siempre recomendable después del rigor del trabajo, es, también, la opción laica más trascendente que uno pueda sutilmente querer apropiarse para su viabilidad real; un sendero, sin estar roto. Algo mejor que un Paraíso de Milton, una voz continua, personal y tangible. Donde invocarse, perfectamente dentro. No lejos. La medicación sería solo el vehículo para viajar mejor.


    Salud¡

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