miércoles, 25 de abril de 2012

Repliegue

Hay riesgos que no tienen nombre, ni número, ni fecha. En serio que hay que intentar no pensar, cuando el único antídoto es pensarlos seriamente, interpelarlos, darles duro con la razón como arma y la experiencia por compañera. Tan agotador como eficaz, y viceversa. De tanto pensarlo es posible que desaparezcan, que su naturaleza se vuelva de pronto tan volátil como el propio pensamiento que la alimenta y le da forma, que en un segundo se vaya la memoria de haberlo siquiera pensado, ocupada en otras cosas, si no alegres, al menos menos eso. No queda otra que intentarlo, intentar vomitarlo hasta que pierda fuerza, forma y sustancia. Que pierda temporalidad si de ella se alimenta, que pierda, sobre todo que pierda, que no pueda volver a jugar su carta sucia de hacernos tener, otra vez, miedo de todo. Porque no es justo, ni se merece ni se le espera. Si es por oscuridad hay suficiente, y si es por costumbre es más triste todavía. Tiene que haber razones poderosas, razones nuevas para atacar lo clásico, lo esperable, lo profetizado por sacerdotes del dolor ajeno, lo estampado en estadísticas de las de vender pastillas, lo que la memoria guarda por la imposibilidad brutal de desecharlo, lo que nos hizo y nos deshizo tantas veces, con niveles desiguales de consentimiento más o menos informado.


Aquí está la tarea, y en ella se va la vida, cuando la vida hacía falta para tantas otras cosas que tuvieron que esperar con toda la paciencia del mundo, sabiendo al menos que la espera no es en vano, sino todo lo contrario. Aquí está la esperanza, entonces, de volver a conseguirlo, a golpe de palabras y argumentos y juicios a la carta, con testigos o sin ellos, pero con la verdad escondida entre los pliegues que devienen sin descanso en lo que sea que siga mereciendo la pena, aquí no hay tregua ni la hubo nunca, pese a las apariencias.


Cosas de locas sorprendidas por fantasmas.
Casas de reposo entre la noche y el día.
Terapias libres de pájaros en temporal.

Meditación atea en desierto portátil.

domingo, 22 de abril de 2012

Ni de una pieza ni de dos

Queríamos reinventar el mundo todo el tiempo. De cerca nadie era normal, y sigue sin serlo. A lo mejor porque la normalidad no sabemos lo que es, ni nos interesa. Una persona que sabe lo que es delirar se acostumbra a no quedarse nunca con la primera impresión, o más bien a no quedarse con ninguna en particular, puesto que son todas pasajeras, como su propio nombre indica. Se trata todo el tiempo de no fiarnos, y jugar a que lo hacemos en todo momento, para que parezca que todavía hay posibilidades de encontrar algo como un sentido que no está en ninguna parte. El sentido es una aportación personal, no puede ser otra cosa. Tiene que ver con la connotación y el contexto, es un elemento de nuestra comunicación con lo que nos rodea. Ver el sentido como parte del acto comunicativo no deja de proporcionarnos cierta libertad de acción o explicación, mucha en realidad si sabemos aprovecharla. Puesto que vivimos inmersos en una orgía de precariedad e inseguridad, que acaba por empaparlo todo, tener cierta familiaridad con eso, moverse como pez en el agua en lo frágil y lo efímero aporta, paradójicamente, unas dosis de estabilidad en el cambio, una ventaja de ser más junco que roca. Así que en cierto modo se puede elegir cómo tomar la ola, siendo conscientes de que surfear también es mojarse y caerse de forma repetida, y tantas veces absurda. Además del peligro de lo impredecible, de riesgos que en principio son ajenos al equilibrio en la tabla ondulada, no podemos olvidarlo. Riesgos que son como puñetazos, que te doblan lo quieras o no lo quieras. Lo bueno del dolor es que no es más que eso. O te mueres, o te haces más fuerte. Yo lo de morirme lo llevo mal, me parece una putada cerrar el chiringuito, tengo la fantasía absurda de que cerrar el chiringuito es como cerrar la playa, vaya chorrada. Eso sí, entre chorrada y chorrada se pasa la vida, que siempre es menos larga de lo que nos haría falta, aunque solo fuese para seguir igual un tiempito, sin bombos ni platillos. Entonces ahora escribo, otra vez. Y no sé quién soy ni lo pretendiera. Esto me ayuda mucho.

domingo, 15 de abril de 2012

Me caigo en el domingo

No creo que tenga ninguna importancia, a ciertas alturas, seguir teorizando (más) sobre el hecho delirante. Aún así, no puedo resistirme a escribir una reflexión de hoy, mientras caminaba por la calle, anocheciendo, de vuelta a casa, en un domingo nada rutinario, pero domingo al fin y al cabo, con la mente en los conflictos recientes, la inseguridad y lo que nos enseña, el calorcito de un abrazo a tiempo, o cualquier otra tontada bonita que pasa entre dos personas que pasando por ahí decidieron parar a escucharse un poco. Así que todo empezó, la reflexión, se entiende, porque es domingo y volvía a casa, y como todos los domingos que vuelvo a casa de noche, y andando, con la noche que cae siempre se me cae algo a mi también, algo importante que necesito casi a todas horas, y cuya ausencia me llena de miedo, aunque sea nada más la posibilidad de esa ausencia.

No era ausencia entonces, no nos quejemos, pero sí algo de sombra de la misma, protosombra o protoausencia, lo que me lleva a pensar en gradaciones, en las que son las probabiliades el objeto de estudio, la muestra disponible para presentarla en gráfico: "Vean aquí la curva de probabilidad, donde el delirio confunde lo posible con lo probable, y lo probable con lo cierto" ¿Y quién es el responsable de la confusión? ¿el cerebro, el corazón, el mundo?

Y me daba congoja dejar aquí la entrada, una escribe casi en abstracto, como para un espejo donde esa que escribe y que soy yo se me aparece y me dice buenas tardes, mira qué cosas se me ocurren. Ya, y que lo digas, pero no preocupes a nadie, que luego leen, y si no entienden del todo empiezan con las probabilidades y las sombras, y no es del todo justo que haya quien se preocupe porque te expliques a medias. Así que ahora ya puedo terminar la entrada, con todo en su sitio, y el domingo a punto de terminar, espantando moscas, qué pereza y qué rutinario, esta vez sí, todo este rollo de me caigo en el domnigo.

Ya entiendo por qué me gustan tantísimo los lunes, y los viernes.

miércoles, 4 de abril de 2012

Autogestión de la ansiedad

Hace un rato acabo de saber cómo empieza un ataque de ansiedad, de los que te llevan al hospital. Comienza con una situación que, por las razones que sean, que no vienen al caso, hace que todo estalle y se detenga al mismo tiempo. No se puede ir hacia adelante ni hacia atrás, la respiración se vuelve una tarea de mera supervivencia, una se olvida, en ese momento, de respirar normalmente. Incluso pueden hacerse unos ruiditos similares a un gemido ahogado, consecuencia de que el aire encuentra dificil hacer el camino de siempre, o hacerlo a la misma velocidad.

Un poco antes de ese momento, me despido de mis amigas, ellas están de fiesta y a mi no me apetece amargarles la noche con mis conflictos y mis pesares. Total, si no sé estar sola en estos momentos mejor será que aprenda cuanto antes, me va la felicidad en ello. Porque felicidad es sentirme segura, a salvo de mis fantasmas, o al menos sentirme digna a pesar de ellos. Eso da trabajo, y me toca hacerlo a mi. Nadie puede normalizar por ti una respiración al borde del abismo, nadie excepto tú...o una pastilla. Ya sabéis lo que pienso de las pastillas. (Miento, una vez lo hizo un amigo, y recuerdo la lección, estábamos al borde del mar, y yo tenía muchas ganas de correr)

En relación al principio de crisis de ansiedad, anduve unos cientos de metros bastante rápido, pero eso fue lo que me provocó los gemidos, y me asusté, la verdad, creo que nunca me había pasado. O sí, pero hace tantos años que ya no lo recordaba (los delirios, o incluso la psicosis, son otra cosa, nada que ver). Me paré y pensé, esto es ansiedad, nada más. Creo que "nada más" fue clave, para que el siguiente pensamiento fuese "esto se para queriendo que se pare". Así que seguí andando, ya más despacio, hasta casa, donde sabía que me podía poner de todos los colores sin pensar en personas alrededor. Me salió del alma coger una manzana y empezar a comerla. El sabor dulce y la textura fresquita me hicieron volver al presente, volver de los pensamientos de frustración y dolor, y ser consciente de que solo estaba en mi cocina, rodeada de mi tarro de azúcar, mi mesa blanca, mi tetera, nada amenazador en el ambiente. Mientras tanto, puse la infusión al fuego, con la intención de tomarla tranquilamente, mientras fumo un pitillo. De ahí a decidir escribir una entrada no pasaron ni dos minutos.

Hoy no toca poesía, tocó pintura por la tarde, y ahora terapia, pura y dura, directa a la mandíbula. Para esto también sirve escribir. Hay días en que me necesito a mí más que a nadie en el mundo. Y menos mal que estoy.

No fue la manzana, ni la infusión, ni mi voluntad de pararlo.
Fue todo junto, indivisible, y funciona (quizá la próxima vez funcione un cóctel diferente, pero sería como decir que habrá una próxima vez, y no quiero pensar en eso ahora). Escuchar al cuerpo cuando la mente está confundida, y viceversa, no es delito.

martes, 3 de abril de 2012

La niña gitana

Tenía la niña gitana un dolor grande de andar por casa
de la cocina al pasillo buscando luz para su libertad.
No quería encender velas por miedo al fuego.
Tenía la niña gitana el corazón abierto como una fruta.

Tenía la niña gitana hambre de hoy para todo el mundo.
La niña gitana lloraba por no saber cantar.
Tenía la niña gitana un secreto de confusiones,
y lo bebía y lo bebía y lo bebía
porque era líquido como el agua.

domingo, 1 de abril de 2012

Paraíso quemado

Hace un tiempo, vinieron unos amigos a conocerme a mi ciudad. Queriendo enseñarles un lugar mágico, les llevé a las Fragas del Eume, en los alrededores del monasterio de Caaveiro. Pasamos una tarde de río y piedras, musgo, árboles autóctonos y centenarios, pájaros, insectos, lagartijas, topos, plantas medicinales y aromáticas, hojas secas en el suelo, helechos mojados por la lluvia torrencial e inesperada que nos mojó a todos entre risas y carreras camino abajo.

Hoy está todo ardiendo, y somos miles las personas que lloramos de pena, pero sobre todo de rabia. Nunca Máis Incendios acaba de empezar.