martes, 28 de febrero de 2012

Esto cansa

Ahondar en ciertos tabús sociales, sin que nadie nos lo pida, es cansado.

Meterse en el corazón de un delirio con la literatura como excusa, o como atenuante, o como medicación de agarre, es cansado. No nos permitimos olvidar justamente aquello de lo que nadie quiere hablar, en un momento en el que hasta lxs profesionales del delirio rehúsan meterse en semejantes berenjenales. Total, pa qué, habiendo pastillas...

Así que cuando ni siquiera a aquellxs a los que se les paga para aliviar tormentos se prestan a hablar del tormento con el atormentado, que unxs atormentadxs voluntarixs se echen encima tal tarea, con el doble trabajo de sufrirlos y contarlos, volviendo sobre ellos una y otra vez, es cansado.

Estas palabras que regalamos para canalizar aquello que nadie considera fácil tienen, a veces, un precio muy alto. Emocionalmente es estar sacando todo el tiempo fuerzas de la vulnerabilidad, a base de ser conscientes de esa vulnerabilidad. Y funciona, es raro pero funciona. Es como la frase de Serrat: "Bienaventurados los que están en el fondo del pozo porque saben que de ahí en adelante sólo pueden ir mejorando". Este pozo es como una rampa doble de skate, subir puede hacerte volver a caer, y viceversa, un poco péndulo.

Si viviésemos en una sociedad mejor, esta situación sería socialmente más llevadera, valga la redundancia. No tendríamos que enfrentar ataques por palabras disidentes, porque no existiendo discursos dominantes, no tendría sentido catalogar a ninguno de disidente. El discurso dominante, por sus connivencias con el poder económico y político, lleva consigo una enorme carga de arrogancia ignorante para sostenerlo. Esta arrogancia, nada inocente, sólo puede provocar discriminación y desigualdad, tanto más cuanto menor sea el poder de aquellxs contra lxs que se ejerce. Hablar de derechos es hablar de política, cuestionar el poder que nos priva de ellos, interpelarlo. Cuando digo que lo emocional es político quiero invitar a pensar en aquellas personas con las que nos relacionamos emocional y afectivamente. De ellas pueden venir las mayores alegrías, pero también los ninguneamientos más dolorosos. Es como el mundo de ahí afuera en escala micro. Ser una persona diagnosticada, dentro de una familia o grupo humano pequeño, es ser consciente de estas relaciones de poder en las distancias más cortas. Así se empieza el camino, sin perder nunca de vista que las personas a las que queremos también son víctimas de los discursos oficiales, en su versión más tenebrosa aquellos que no dan esperanza.

Así que empezamos a empoderarnos en petit comité,y viendo cómo va la cosa vamos saliendo hacia el exterior. Un blog tiene la extraña cualidad de ser público y privado al mismo tiempo, da muchas alegrías, y también mucho miedo. El miedo cansa, la alegría fortalece, los delirios sorprenden y molestan, y una quisiera quedarse con la sorpresa sin molestia alguna.

El cansancio se corresponde con la intensidad, y la intensidad nace de la prisa por hacer algo, lo que sea con tal de desplazar lejos de nosotros y de aquellxs a quien queremos el fantasma de lo dominante, sus gritos y su violencia. ¿Por qué en mi clase, por ejemplo, no saben nada de este blog, ni de mi diagnóstico? Porque el fantasma también está dentro de mi clase, agazapado, y si me muestro temo bonitas palabras y un plus de susceptibilidad cada vez que abra la boca, una merma casi imperceptible de la validez de mi discurso, una suspicacia pegajosa, o quizá un trato distinto. Quizá todo esto no sean más que imaginaciones mías, una muestra del tamaño de mi miedo, del autoestigma que me paraliza, de las ganas de mandar mi lado esquizo a la mierda y devolverlo a algún oscuro sótano del que jamás debió haberse escapado.

Sin embargo, puedo mirarme al espejo cada día, aunque esté cansada, aunque tenga varios diagnósticos, aunque sea cobarde. Quizá no quiero que algo tan inconsistente como un diagnóstico psiquiátrico me quite todavía más derechos. Y al mismo tiempo considero tener los mismos derechos con diagnóstico que sin él. Es decir, ¿por qué una parte de mí habría de tener menos derechos que la otra? ¿No es absurdo?.

Tomar conciencia del absurdo es doloroso, y cansado.

viernes, 24 de febrero de 2012

Cualquiera

Parece que pasó otro chaparrón.
Hasta que la realidad me vuelva a dar problemas,
me mantengo relativamente en su club.
Así es todo más fácil.
Pero me fijo, y cualquier día vuelvo a las andadas.
Ya no queda descuido para nadie. Imposible.
¿Será que me acostumbro a estar alerta?
¿Qué puede ser si no tanto misterio?

Sin la subjetividad moldeando el mundo me moriría de miedo.
Lo emocional también es político.

domingo, 19 de febrero de 2012

Delirios: nuevo formato.

Pues sí, una no para de sorprenderse con los misterios de la cabecita.
Últimamente deliro por momentos, lo cual es mucho más llevadero que hacerlo durante un mes a jornada completa (y dedicación exclusiva, todo sea dicho. Es sabido que la última vez tuve que recurrir a un amistosísimo préstamo monetario para transitar el chaparrón)

Pero vamos por partes. Los tiempos están así como están. Sobran los motivos para ponerse fatal de la cabeza, y si ya tienes tendencia, pues sobran también los motivos para darle la razón a los partidarios de la teoría vulnerabilidad-estrés (si es que la he entendido bien, nunca estoy muy segura de entender ciertas codificaciones que algunas personas elaboran sobre lo que le pasa a los demás. Ojo, que tampoco digo que no resulten útiles)).

Bien, el asunto tiene tela. Resulta que no me da la gana de unas cuantas cosas:
- Poner a las mejores personas del mundo, otra vez, en situación de cuidadorxs.
- Cogerme un mes delirante (para eso me cojo unas vacaciones, pero de verdad).
- Angustiarme todo el mes por si se me nota o no se me nota (ahora tengo ciertas obligaciones cotidianas, que precisamente me eché encima para alejar determinados fantasmas).
- Arriesgarme a pasarme de vueltas rodeada de compañerxs y profesorxs.
- Descuidar el ritmo de trabajo (no hay como unas buenas notas para motivar al alumnado).
- Tener que estar cribando realidad de ficción (reconozco que tampoco es fácil, hoy en día, para las llamadas personas normales)

Y algunas cosas más que tampoco me da la gana de hacer, y paro ya que me repito. Así que resumiendo, y a la vista del panorama, a veces no se pueden evitar ciertas sensaciones molestas, inquietantes, cierta confusión mental, para entendernos en lenguaje común. Estos últimos días me pasa únicamente cuando estoy sola, pero tampoco me da la gana de evitar la soledad, ya que el sentirme dependiente de la compañía constante me generaría otro problema distinto. Sin embargo, esto no deja de parecerme precioso, me explico. Significa que todas las horas que estoy acompañada, que son la mayoría, estoy tan a gusto, que es suficiente para sentirme estupendamente, sin asomo de guerras interiores entre la visión habitual y la visión delirante. Significa que siempre estoy muy bien acompañada, que las personas con las que me relaciono día a día son una maravilla, que con ellas estoy tranquila, confiada, optimista, a gusto. Que os quiero mucho (por si alguna de vosotras se pasa por aquí de vez en cuando), que no puedo imaginarme un mundo mejor que este en el que estáis tan cerca, y que sois garantía de realidad, signifique lo que signifique.

Claro que, si salgo de mi cotidianeidad, hay mucho que hacer para que el mundo sea un lugar mejor, pero eso no va a ser tema de esta entrada. Así que sigo con lo que estaba, y resulta que la amistad está siempre en el centro del mundo, del de cada una de nosotras, y no hay placer comparable, ni bienestar ni satisfacción que le llegue a la suela de los zapatos. Ahora estoy sola, y no tengo miedo. Si sólo me amenaza en momentos tan concretos, creo que voy a ganarle la batalla.

Pero esto me lleva a otra reflexión. La del miedo de las personas institucionalizadas, aunque sea brevemente, durante las estancias hospitalarias (aunque yo no consideraría breves, precisamente, semanas de encierro sin referentes de confianza, o limitados a la hora diaria de visita, como sé que funciona en algunos sitios). El miedo que puede ser tan innecesariamente amplificado por el simple hecho de no tener a ninguna persona amiga durante esos días, que no son precisamente unos días cualquiera. ¿No sería más fácil, incluso para el personal, permitirle el acceso sin horario a una o dos personas, al menos, elegidas por la persona internada? Claro que en ese caso podrían ser testigos incómodos de ciertas prácticas relativamente frecuentes en este tipo de "remansos terapéuticos", prácticas pensadas por el bien del paciente, claro, que no se me malinterprete, faltaría más. Esas correítas, esas contenciones tan al punto de sal, tan oportunas. Esas babas producidas por la medicación de bienvenida, siempre tan robusta para recibir generosamente a los nuevos invitadxs.

¿A quién le corresponde considerar esto una buena idea, y proponerlo en serio? Seguro que en cada hospital hay personas muy diferentes, de sentires y sensibilidades (como diría J. Austen), muy distintos. Personas comprometidas con otra forma de hacer (mejor) las cosas, en este caso su trabajo, que es lo que tienen más cerca. No debe de ser fácil, para lxs profesionales, convivir en su espacio laboral con prácticas con las que no acaban de estar de acuerdo, y tampoco debe ser fácil ver, oír y callar, simplemente porque las cosas han sido siempre así, y uno no se ve con fuerzas para cambiar sistemas enteros. Puedo entenderlo, pero también puedo entender que plantearse empresas faraónicas es más complicado que plantearse pequeñas acciones de tanteo, en conjunto, haciendo un poco de piña con quien pueda ser aliadx, dentro y fuera del castillo. Unas conversaciones en la cafetería, unos contactos con asociaciones de familiares receptivas a la idea, un cuestionario para captar el ambiente... chorraditas de jugar a la revolución, o a la reforma, que por algo se empieza. A lo tonto.

Bueno, seguiré con más reflexiones otro día.
Un placer charlar con vosotrxs, como siempre.

Buff, qué tiempos. Cada vez quiero más a mis amigxs.

lunes, 13 de febrero de 2012

Locus amoenus

Pocos se atreven a decir que la locura pueda ser un lugar habitable, calentito por momentos, divertido incluso. De sus lugares lúgubres sobran palabras, demasiados relatos, y retratos, de personas aisladas en habitaciones, cámara en gran angular, color blanco sábana de muertos, grises como mucha concesión, chillidos como banda sonora. Ya está bien de truculencias. Recuerdo que cuando me caí en este mundo devoraba todo lo que encontraba en prensa sobre mi supuesta enfermedad. Y me enfadaba, me enfadaba mucho al tiempo que me miraba al espejo diciendo ¿así se me ve? ¿yo soy así? ¿estoy así?

Las fotos reflejaban la construcción social de la locura, el imaginario colectivo. La gente quería ver en la prensa su imagen de loco de libro, de nido del cuco, de fantasma semi-humano al que temer o, en el mejor de los casos, compadecer. Yo miraba estas fotos con curiosidad antropológica (hacia la sociedad que las construía, hacia el fotógrafo que trabajaba a sueldo para el resto de la sociedad) Me resistía a ser mirada así, quería mirar yo, decidir yo lo que me parecían esos horribles retratos. Distanciarme.

Al mismo tiempo tenía mucho miedo a convertirme en camisón blanco, a que me convirtiesen en camisón blanco con el acto de mirarme. Sólo si sabían. Necesitaba un disfraz, una identidad de recambio, una línea de fuga, o unas cuantas. No sabía nada de los otros locos, quizá estuviesen, también, de camuflaje. Desarrollé hasta tal punto el carnaval perpetuo, rechacé de tal forma el camisón blanco, que entré en un juego ciertamente extraño. Cuanto más normal estaba, más me hacía la loca, y viceversa. Llegué a no distinguir realidad de ficción, malestar de su contrario, llanto de risa, amor y dolor. Así fue pasando el tiempo.

Sucede que una se habitúa a la extrañeza, a un vivir fronterizo, y también a su mirada propia, a lo que se hace de todo ello con el paso de los años. Me acomodo, me presento como cualquier cosa, dependiendo del momento. No sé quien soy ni lo pretendiera, no hay sitio para mi en el supermercado de las etiquetas. Quiero todo el rato lo que todavía está sin inventar, no por afán de ser moderna, ni posmoderna, ni fashion, es porque siento que tiene que estar ahí, en otro sitio, es sólo que aún no he llegado, es sólo que no me fijo lo suficiente. A veces, mirar de otra forma se parece a estar llegando.

Las imágenes de la locura siempre están por hacer, nunca serán completas ni suficientes. Es curioso la cantidad de veces que oímos decir a alguien, pero qué loca estás, y lo dicen porque bailas mucho, haces la mona, te ríes de forma exagerada, o contagiosa, te cortas el pelo a ti misma, y un sinfín de chorradas para pasar el rato, para inventar miradas y alejarte un poco más del camisón blanco. Hay otra que también me gusta: lo tuyo no es normal, que es como un piropo, pero en raro. Nunca me lo dicen cuando deliro, esos días me dicen lo contrario: Pues yo te veo muy normal (para estar loca, quieren decir).

Así, la locura se construye socialmente todo el tiempo. También individualmente, si se nos permite tal posibilidad, la de ser individuos, ahora ya en un sentido moderno, ilustrado, democrático si no sonara a chiste. El lugar de la locura también podrá ser ameno, muy ameno, una forma de escapar de la normalidad, si por normal se entiende no entender nada que no salga en los periódicos más vendidos.

Las imágenes de la locura deben alejarse del camisón blanco, aunque como lienzo con todo por hacer no estaría mal pensado. Al final debo ser la última persona que piensa en estos términos, todos los demás se han liberado y yo sigo aquí pasada de moda, colgada de metáforas antiguas, pensando en mis cosas, inventando problemas, qué digo problemas, problemáticas. Mentales, pero también sociales, colectivas, interdependientes, epistemológicas, transnacionales, atravesadas por categorías de clase, de género, de grados de melanina, de edad... de pesadillas pero también de deconstrucciones necesarias para dejar de una vez de ser normales, y atrevernos a ser nosotras, aunque quería decir las unas con los otros. No tengo ni idea de lo que quiero decir exactamente, es probable que mañana vuelva a ser todo distinto, y tenga que pensar usando neuronas nuevas, senderos desconocidos para ir de unas a otras, a causa, nuevamente, de algún sueño colectivo que suceda mientras duermo.

domingo, 12 de febrero de 2012

Redes, apoyo comunitario y gestión del conocimiento.

"En cuanto a la gestión del conocimiento en el ámbito de la rehabilitación basada en la comunidad, hemos encontrado algunas sistematizaciones de experiencias y eso nos ha hecho pensar que quizá la sistematización de experiencias pueda ser una forma de
gestión del conocimiento especialmente adecuada en el caso de la rehabilitación basada en la comunidad, por el carácter popular y participativo de ambas propuestas.

Ahora bien,¿a qué nos referimos cuando hablamos de sistematización de experiencias?

Si nos situamos en un contexto español podría decirse que la palabra sistematización se utiliza, en sentido general, para referirse a ordenar, estructurar o formalizar. Sin embargo, aquellas personas que se desenvuelven en el ámbito latinoamericano están más familiarizadas con una utilización más específica y precisa del término sistematización para referirse a una determinada práctica para el acceso a fenómenos o experiencias sociales y la producción o construcción de conocimiento. Quien hace sistematización piensa que se puede aprender de la práctica y que ese conocimiento obtenido ayudará a mejorar esa práctica. Nos planteamos sistematizar cuando entendemos que en una determinada experiencia hay una riqueza oculta no aprovechada en términos de conocimiento útil para el futuro. Junto a esta voluntad de construir un conocimiento que transforme las prácticas sociales, la sistematización suele reclamar para sí una dimensión crítica y un carácter emancipatorio.

Se trata, por cierto, de procesos especialmente atentos a las vivencias y las
interpretaciones de quienes participaron o participan en la experiencia a sistematizar. La sistematización, diríamos, reivindica el estatuto epistemológico del saber útil de las personas que están involucradas en la práctica. Subrayaríamos también el carácter participativo de los procesos de sistematización. Por otra parte y por último, la sistematización tiene siempre una vocación de aprender para compartir, de partir de una experiencia particular para obtener un conocimiento que sea útil en otros contextos. Hay una voluntad de contagio, de multiplicación."



Fernando Fantova (para leer artículo completo:
www.fantova.net/restringido/documentos/mis/Intervención social/Los enfoques de las redes y los apoyos sociales y comunitarios y la gestión del conocimiento (2005).pdf

Apuntes de economía feminista

Al abrir el debate ético sobre qué vida merece la pena ser sostenida, qué entender por buen vivir, partiendo del reconocimiento de la vulnerabilidad, la interdependencia y la ecodependencia, hemos de adentrarnos en numerosas cuestiones. Entre ellas, vamos a señalar cuatro, haciendo unos breves apuntes sobre los aportes específicos que el feminismo puede hacer. Primero: ¿qué es vivir bien? ¿Qué necesidades han de ser cubiertas? Esta pregunta no se plantea en términos individuales ya que, como acabamos de decir, la vida es siempre vida en común. La cuestión es dilucidar de qué necesidades nos vamos a hacer cargo colectivamente. Los aportes de los feminismos a este debate van en varias líneas: enfatizar la indisolubilidad de las dimensiones materiales y afectivas de las necesidades; cuestionar la dicotomía deseo (más allá del sostenimiento)/necesidad (sostenimiento)
y remarcar la importancia de la necesidad de cuidados como propia de todas las personas a lo largo de todo el ciclo vital. El ecologismo social enfatiza la noción de que la respuesta ha de darse desde la plena conciencia de los límites de la biosfera, entendiendo el problema de los límites no como un asunto futuro, sino como un tope al que ya hemos llegado; dicho de otra forma, estamos viviendo de los ahorros del planeta, en una fase de translimitación. En esta línea van planteamientos como
el mejor con menos o el decrecimiento.
Segundo, cómo gestionar esa interdependencia inevitable. Si vamos a seguir haciéndolo bajo relaciones de asimetría y jerarquía, donde ciertos sujetos o colectivos, asociados a la feminidad, son unilateralmente calificados como dependientes, con las connotaciones de parasitismo que de aquí se derivan; mientras que otros, asociados a la masculinidad, son socialmente legitimados como independientes (léase autosuficientes) en aras de sus aportes a los mercados. La cuestión es, por tanto, cómo hacer para que la interdependencia se dé en términos de reciprocidad. Y aquí el feminismo añade una cuestión esencial: cómo hacer para que esa interdependencia se combine con el logro de niveles suficientes de autonomía, entendida como capacidad de decidir sobre la propia vida, sabiendo a la par que “la autonomía personal y la autonomía social mantienen una complicidad […] una no puede darse sin la otra”



Amaia Orozco (para leer documento completo:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=144504)

Tarde proto-delirante.

Una persona cercana, a la que quiero mucho, tiene cáncer, y está asustada.
Otra persona cercana, a la que también quiero mucho, está ingresada por psicosis.
Julius murió en un hospital psiquiátrico en Lugo, a los dos meses de ingresar, después de ser ingresado por la fuerza porque vivía en la calle y no se lavaba. Ya sabemos lo que la psiquiatría le robó a Julius. Y ya sabemos lo que más valoraba. Me recordó a cuando Man, el hombre que vivía en una casita al lado de la playa, en Camelle (na Costa da Morte), murió al poco tiempo de que el chapapote del Prestige le llenara su casa-museo de basura tóxica y pringosa.
Por si alguien piensa que la pena no mata.
De las noticias que todos sabemos, ni hablamos.

Además, y a pesar de todo, pasan cosas buenas, como que Raúl anunció hace poco una especie de consenso entre asociaciones de usuarios, familiares, e incluso profesionales (de todos los tamaños e influencias), en la dirección correcta. Permanezcan atentos a sus blogs.

Pues todo esto junto es un cóctel proto-delirante. Ayer iba yo paseando por mi ciudad, en medio de una ola polar de viento frío que te mueres, un poco solita por coincidencias varias y en absoluto importantes, y un vaivén en la cabeza que me sonaba bastante. Empecé a notarme bastante cargada emocionalmente hablando, no sabía muy bien qué hacer, e hice lo que me salió intuitivamente. Entré en un bar en el que me siento como en casa. F. me saludó, cariñoso como siempre, y en ese momento se abrieron las compuertas y cayeron lágrimas como garbanzos (que diría camarón, espíritu compañero). Le pedí una tila y me hizo su infusión mágica, se llama "buenas noches", y es una mezcla de tila, melisa, y algunas hierbas más. Protegida por F. y su infusión, me fui al revistero y cogí El Jueves. Poco a poco los chistes empezaron a hacer también su efecto, y fui recobrando fuerzas para volver a salir al mundo exterior. Creo que estuve casi dos horas, desde que entré hasta que me despedí de F. con un abrazo (Gracias!!!)

Como bares amigos no faltan en el lugar donde vivo, me fui a otro que estaba cerca, saludé a N. y a D., y comí algo, ya más tranquila (más normal, por decirlo rápido). En el siguiente bar había concierto, y como tenía que esperar a I., que venía de ensayar con su grupo, me quedé a escucharlo. Sólo podía ser blues para que pensase que había algo como una concatenación de sensibilidades, sobre todo después de oír, a mi lado, cómo una persona le daba a otra la noticia de que Julius se murió. Y era blues, así que cuando se me humedecieron los ojos otra vez dejé de preocuparme por ningún asunto relacionado con la locura, y empecé a (re)pensar en cómo las emociones nos hacen humanos, simplemente. El vaivén de pensamientos desapareció, y en su lugar quedé yo, casi como siempre, observando el mundo con otros ojos, aunque en el fondo fuesen los mismos. Es sólo una cuestión de intensidades.

Hoy es domingo, las circunstancias siguen ahí, y este blog también. Las emociones están catalogadas en convenientes e inconvenientes. También están catalogados los momentos y los espacios para dejarlas aflorar, o reprimirlas. Cuántas veces la llamada locura no es más que una transgresión no escrita a estos catálogos, alguien que llora o ríe, o permanece en silencio en circunstancias poco frecuentes socialmente hablando. Quien hace eso puede tener la cabeza llena de pensamientos complicados, contradictorios, sin lugar en el catálogo, sin guía o referencia para ubicarlos en algo parecido al equilibrio. En esos momentos es importante saber algo de nosotros, no tanto de la información que nos confunde, para priorizar la urgencia de buscar algo de calma, antes que en tener prisa, en principio, por separar la realidad de la ficción. Así ordenadas las prioridades, separar la realidad de la ficción, acto más intelectual que emocional, resulta más sencillo.

Al margen de la sensación de irrealidad que nos invade a todos en estos tiempos de shock colectivo, creo, después de un sueño reparador, que mi línea imaginaria, la que separa realidad de ficción, está más o menos donde siempre. Toquemos madera, que no estoy para mucho viaje.

viernes, 10 de febrero de 2012

Ideas para desayunar un sábado

La esquizofrenia no está.

Hace unos meses, cuatro alegres mozalbetes aparecieron en la televisión pública realizando una interesante performance. Ellos, locos los cuatro, se pusieron de acuerdo para disfrazarse. Sustituyeron su raído y cotidiano camisón blanco modelo psiquiátrico por un look más ciudadano, un uniforme discreto y adecuado, modelo capitalismo mundial, algo como pantalones, camisas, esas cosas. Dejaron el habitual embudo sobre la cabeza en sus respectivas casas y se pasaron un peine mojado por el pelo para dar una imagen adecuada, consiguiendo disimular el característico aplastamiento producido por décadas de embudo metálico.

Ya con esta nueva imagen, se sometieron voluntariamente a una entrevista-tertulia, dinamizada por una más dinámica aún presentadora modelo capitalismo mediático, despistadilla en cuanto al tema objeto de la entrevista, cosas de las prisas de la tele.

Los cuatro locos fantásticos, fieles a su guión, desarrollaron con acierto y sincronía cuatro discursos diferentes, aunque similares en fondo y forma. Hablaron de derechos, de hacer actividades diversas, de nuevo de derechos, de cosas que les hacían sentir bien, y casi conteniendo la risa, de lo normales que todos eran. La presentadora, despistadilla ella, se perdió unas cuantas veces. No terminaba de coger el chiste. Llegó incluso a afirmar, en cierto momento de la entrevista, algo así como que no sabía lo que se tenía que notar, ¿pero notar el qué?, llegó a decir textualmente. Sigue siendo un misterio la razón de estas palabras.

Importantes antropólogos de todo el mundo preparan una tesis conjunta. El proyecto tendrá forma de película-documental de aventuras y risa. De momento sólo sabemos el título: En busca de la esquizofrenia perdida. De producción nos adelantan que el protagonista, con toda probabilidad, llevará botas negras tipo Doctor Martens, o en su defecto, si no las encuentran a buen precio, zapatillas tipo converse, converse, no se corte.

¿Encontrarán las esquizofrenias perdidas? ¿Sabrán distinguirlas ocultas en las performances? ¿La locura nace o se hace? ¿Y si se deshace? ¿Y si se reinventa? ¿Y si no está?

(Continuará en la zona comentarios...es posible que algún amable lector aporte documentación audiovisual complementaria)

miércoles, 8 de febrero de 2012

Enfermedades mentales y otras chorradas

De verdad que empiezo a estar hasta el moño de la palabrita "enfermedad mental". No sé si son los tiempos de no pensar, de no currar, o de no hacer ninguna de las dos cosas. Quiero decir, que si hay diferentes corrientes en cada disciplina científica, y un buen científico se caracteriza por estar al tanto de lo que pasa en su especialidad, que para eso la ciencia evoluciona, se renueva y se replantea constantemente...
¿Por qué carajo en estos temas todos siguen en niveles de asunción acrítica de discursos biologicistas? ¿Es que no les da para más la cabeza? ¿Es que las farmacéuticas se han hecho con el monopolio de las mentes pensantes, para que dejen de serlo? ¿Es que lo que pasa en otros países, otras experiencias, otras épocas, otros enfoques, se ha enviado directamente al camión de los deshechos heréticos?

Si yo no soy nadie, sin título ni carrera de psicología ni de psiquiatría ni hostias en vinagre...¿por qué me enfrento tan a menudo a respuestas resbaladizas sobre temas que llenan los hospitales psiquiátricos de este país? Una vez leí que la filosofía no estaba tanto en tener respuestas, como en hacer buenas preguntas. Si preguntas con cara de inocente, como quien no quiere la cosa (yo juego con la baza de que no se me nota el diagnóstico, aunque más bien lo que no se me nota es la medicación, porque no la tomo), te encuentras, o te enfrentas,o te das de morros, bastante a menudo, con los siguientes dogmas:

Dogma número 1: una psicosis es imposible de tratar sin medicación.
Dogma número 2: una psicosis es cosa de psiquiatras, nunca de psicólogos.
Dogma número 3: no hay nada psicológico en la psicosis, sólo químico.

Así como aperitivo, ya os iré contando más. Grrrrr!!
Teorías del empoderamiento, a tomar el aire, y unas vacaciones, que para lo único que los locos deben empoderarse es para ser capaz, ellos solitos, de tomarse la medicación aunque su madre haya bajado a hacer la compra. Toma Autonomía!!

No puedorrr no puedorrr no puedorrr bufff, qué mosqueo, y así día sí día también. Lo más triste es que este discurso lo empapa todo, incluídas las mentes de quienes más deberían rebelarse contra él, por la cuenta que les trae. No hablo de un abandono masivo de medicaciones, que tampoco estoy tan desinformada como para no saber la pupita que puede hacer pasar determinados monos de cosas FUERTES. Ni siquiera hablo de que la medicación sea siempre horrible o inadecuada, hablo de cómo la medicación anula, a quienes la toman y a quienes la recetan para pensar otras teorías, visiones, enfoques, a medio y largo plazo, de cómo alguien puede asumir que su horizonte vital es medicarse de por vida, y tan contentos.

Y ya volviendo al tema que me toca, un brote es un brote, ni más ni menos, ni más ni menos... pasó, molestó, asustó, se comprendió, se pusieron medios para explicarlo (al afectado/a y a sus allegados), se marcó una medicación temporal, por ejemplo, se rebajó de forma progresiva hasta eliminarla, se complementó con terapia para localizar e identificar el conflicto/s desencadenantes, se trabajó la autoestima, la integración, la prevención en base a identificar y controlar circunstancias "de riesgo" (insomnio recurrente, drogas psicotrópicas, determinados niveles de estrés, sobre todo emocional, identificación cognitiva de ideas autorreferenciales, paranoicas...etc), y con el teléfono de un buen terapeuta a mano, y de mano, (de confianza, que sepa nuestra historia, vamos), si lo anterior no fuera suficiente.¿De verdad es tan complicado? ¿De verdad es más caro que años y años de antipsicóticos, "por si acaso"? Los propios psicólogos deberían ser los más interesados en que esto fuese así. Propongo fundir ambas profesiones, psicología y psiquiatría, en plano horizontal de complementariedad, de intercambio de saberes, eso que llaman multidisciplinariedad, pero de la buena. Por su propio bien y el de todos nosotros.

Buenas noches, y felices sueños.

domingo, 5 de febrero de 2012

El club de la lucha, a la libertad por la autodestrucción

Ayer volví a ver esta inquietante a la par que fascinante película de D. Fincher, basada en una novela de C. Palahniuk. La búsqueda de libertad, autenticidad, o algo parecido a sentirse intensamente vivos parece ser el hilo conductor. Sin embargo, más allá de si el protagonista es uno o dos, a modo de Míster Jekyll y Doctor Capullo, (como llega a definirlo Marla), la encrucijada, verdadera protagonista, podemos identificarla todos en mayor o menor grado. Marla es, en mi opinión, el personaje clave, por la dosis brutal de realidad y sinceridad con la que se autositúa en el centro del cruce de caminos, dispuesta a asumir sin complejos ni esperanza que sólo puede encontrar en las falsificaciones cierta diversión perversa con la que interpelar el vacío sin llegar a lograrlo, sin necesitar en ningún momento de autoengañarse. Esta terrible lucidez la convierte en insoportable para quien no es capaz de mirarse al espejo sin que medie un delirio en el intento.

La función del delirio en la película es la función subversiva del hombre en el supermercado del mundo, cómo dejar de comprar sin volverse borroso. Cómo poder ser infinitamente libre si el precio es la destrucción, cómo convertir la autodestrucción en el arma más poderosa de liberación. Y como diría Benedetti, "¿cómo conciliar la aniquiladora idea de la muerte con este incontenible afán de vida? ¿Será que el hombre es eso?, ¿esa batalla?" El club de la lucha, desde luego, es esa batalla. Para Palahniuk, tal batalla no es posible sin una buena eskizoarmadura, sin una espada cuántica que opere en varios mundos a un tiempo, cuyas fronteras performáticas se vayan construyendo a la medida de los diferentes planos de lenguaje, y de los diferentes lenguajes superpuestos. La cámara habla, la experiencia de cada uno al escucharla también, el punto de vista del narrador nos cambia de protagonista cuando ya estábamos pensando en otra cosa, y todos colocamos fronteras a diferentes velocidades. Al mostrar tal cantidad de líneas de fuga, Fincher obliga al espectador a detenerlas, a volver atrás, a repensar esta o aquella línea de continuidad de otra manera. Como espectadores, no distinguimos demasiado bien sueño de realidad, aunque nadie nos hable todavía de psicosis o delirio, se nos invita a intuir cómo se siente alguien en el corazón de la bestia. Es una invitación amable, en todo caso, finalmente hay una tregua, una silla donde sentarse, una Marla que está en el mismo sitio, una posibilidad, después de todo.

Lo normal después de la película es querer volver a verla, pero cuidado con la normalidad, lo más probable es que sea imposible...volver a verla de la misma forma.

jueves, 2 de febrero de 2012

A nueve meses del último delirio...

.....he parido unas espectaculares ganas de fiesta, coincidiendo con el final de los exámenes de primer cuatrimestre. El plan Bolonia es para mear y no echar gota, una exhalación de práctica salvaje de lo que sería la adaptación al mundo laboral ¿real?: trabajo en clase (obligada permanencia, con llamaditas de atención si no vas o llegas tarde), trabajo en casa, trabajo en grupo, trabajo mientras duermes (efectos secundarios), trabajo los fines de semana, horas de ordenador, contracturas, mala alimentación debido a tanto lío, decadencia de la vida en pareja (a no ser que sea un santo, y tenga estrategias para entretenerse solito o en compañía de cualquiera que no seas tú), decadencia de la vida social, decadencia de la vida familiar, incitación al alcoholismo, decadencia del compromiso social, incapacidad para recordar antiguas aficiones, limitación de las habilidades sociales a conferencias monotemáticas o aspectos prácticos del día a día.

Tiene alguna cosa buena:
- conoces gente que vale la pena
- aprendes... (algo siempre se aprende)
- no flipas (para eso hay que tener tiempo libre, que yo lo sé)
- te evades del mundo real...de una forma organizada
- compartes experiencias con gente normal
- se te llena la cabeza de pájaros (cada vez que te cuentan un nuevo método de investigación, quieres investigarlo todo)
- idealizas cualquier otra actividad
- en el tiempo libre, lo único que se te ocurre es dormir o chatear

Aunque parezca contradictorio, este ritmo de locos es un buen antídoto contra la locura. Es la locura compartida, circunstancia que automáticamente le da una apariencia de normalidad. Lo importante es no dejar de viajar, pero a ver si estos días que vienen consigo hacerlo, por ejemplo, en bicicleta. Y juerga, mucha juerga.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Algunas reflexiones (sobre opresión y proyectos políticos emancipatorios)

"La estructura social tradicional tanto en el primer como en el tercer mundo está
cambiando significativamente. Y estos cambios a la fuerza han de transformar el
viejo y emancipador discurso político de la izquierda. La clase obrera ha dejado
de ser la vanguardia de este proyecto político. Hace ya algún tiempo que la
propia noción de vanguardia está en crisis a causa de sus resonancias jerárquicas y antidemocráticas. Se atisban nuevos sujetos colectivos emancipatorios que no aceptan que uno de ellos se convierta en vanguardia de los demás. Parece plausible pensar que los focos de opresión y desigualdad serán los que marquen el surgimiento de nuevos proyectos colectivos de emancipación. Las alianzas en condiciones de simetría y reciprocidad entre los sujetos colectivos parecen expulsar la misma noción de vanguardia. Sin embargo, la existencia de diferentes proyectos políticos críticos no debe impedir la posibilidad de la articulación ética y política en un único proyecto de transformación social en torno a la idea de igualdad. Hay que diseñar un
proyecto político en el que coexistan creativa y solidariamente las singularidades y los intereses específicos de cada grupo o colectivo y también hay que imaginar una nueva utopía flexible que dé cabida a todos y todas.
Frente a una única estructura de dominio económico de carácter universal no parece que la respuesta pueda ser solamente localista o contextual. Se hace necesario un marco organizativo y otro normativo, de mínimos ambos, que unifiquen los intereses más esenciales de cada proyecto político a fin de consensuar una agenda política común por parte de todos los grupos oprimidos.
Pero no sería éste el único motivo, también hay otro de gran significación y es que todo proyecto político de transformación social tiene un carácter pedagógico y socializador. Y tan importante es el aspecto político y funcional como la dimensión solidaria de esa política que después se proyecta sobre toda la sociedad. Si importante es desactivar mecanismos de opresión, igualmente importante es que los individuos se socialicen en la idea de solidaridad. En este contexto, el feminismo se configura como el sujeto político colectivo que más legitimidad ha atesorado históricamente en su defensa de las mujeres. Y si bien parece razonable pensar en una negociación en condiciones de simetría con otros grupos oprimidos, no hay que olvidar que las mujeres están repartidas en todos los grupos y colectivos sociales. El feminismo no puede ser un colectivo más entre otros colectivos porque sus vindicaciones y las opresiones concretas de las mujeres están presentes en el resto de los grupos sociales excluidos, explotados o subordinados. Este hecho convierte las vindicaciones feministas en medulares para todo proyecto colectivo de transformación social.
Nuestro imaginario colectivo, al igual que nuestras sociedades, está experimentando la tensión entre dos posiciones ideológicas contrarias. Parece plausible señalar, tal y como subraya Fernando Quesada, que hay indicios de que caminamos hacia un nuevo imaginario político. ¿En este imaginario político se debilitarán o se reforzarán las jerarquías de género?"

http://www.mujeresenred.net/IMG/pdf/globalizacion.pdf (para leer más)