miércoles, 28 de julio de 2010

Dentro y fuera

Primera mentira: La esquizofrenia es una enfermedad incurable

Más que una mentira, tres en una. Adivina por qué.

¿Conoces a alguién a quién le hayan puesto esta etiqueta?

Te propongo que reflexiones sobre esa persona, lo que tú piensas y sientes por ella. Olvida todo lo demás, desaprende si te atreves. Si te cuesta mucho, mírate en el espejo, a ver qué encuentras para ofrecer, tú que eres tan listo y tan cuerdo, tan racional e integrado.

Bien, te dejo tiempo, a mí me sobra.


Así empezaba este blog, allá por febrero. Hablando de mentiras, una, dos, tres... y las que faltan. Se habla del poder de la escritura para domesticar demonios. Domesticar: hacer doméstico, casero, hogareño... Un demonio casero parece bien poca cosa, siempre queda la posibilidad de conocerlo, entenderse con él, hacer que se sienta como en casa, nuestra casa. ¿La redecoramos? venga, va.

Los demonios que vienen de fuera... esa es otra historia. El estigma, la sospecha, la vinculación esquizofrenia-violencia, el fantasma de la medicación forzosa, sentirse con "antecedentes", trabajar la racionalidad como un oficio para pasar despercibida. Y explicar, explicar hasta la extenuación, explicarme primero para explicaros después. No me llega, tengo que recurrir a la poesía, a la divagación, a la reivindicación, a la risa... Nunca es suficiente, nunca lo consigo, siempre hay algo que se escapa, y ya sé lo que es: la necesidad de la necesidad. El preguntarme para qué y para quién, y por qué.

¿Quién soy?
¿De dónde vengo y adónde voy?

Como una canción infantil, como un cuento de hadas, la salud mental es un problema filosófico. La filosofía piensa en todos los problemas y no resuelve ninguno. Todo es filosofable, pero no todo es lógico. Los fundamentalistas de la lógica tienen miedo a perderse, más. Por eso no salen del camino de baldosas amarillas, ni pasan nunca al otro lado del espejo, por eso no saben que son caminos de ida y vuelta. Y por eso no se les puede explicar nada.

Pero entonces...

domingo, 11 de julio de 2010

Si yo digo electroshock...

...alguién pensará que estoy hablando de prácticas psiquiátricas abominables, pensarán que remito a la noche oscura de los tiempos, esos tiempos donde no había unidades de salud mental en los hospitales públicos, y lo que había era asilos, manicomios, frenopáticos, y nidos del cuco.

Pero si digo TEC (terapia electro-convulsiva) también estoy diciendo electroshock, y el nombre nuevo es tan actual y real como los hospitales públicos(y supongo que privados, aunque sobre eso no tengo datos) donde se practica.

Parece inverosímil, pero como todos sabemos, la realidad supera a la ficción, y adelanta por la derecha. Para poneros al día sobre estas "modernas" técnicas para achicharrar cerebros, os recomiendo la lectura(en mi opinión indispensable y de interés general) de las últimas entradas de dos blogs sin desperdicio, que podréis enlazar visitando mi perfil:

SOBRE LO DIVINO Y LO HUMANO

EL RINCÓN DE JANO

Se recomienda difusión por cuestiones de supervivencia.

Si yo digo electroshock...

jueves, 8 de julio de 2010

DESPATOLOGIZACIÓN

La laguna Estigia constituye el trayecto que va de la vida a la muerte. El tráfico por la laguna es intenso, y hace falta un barquero, o más de uno. Parece un camino sin vuelta, y parece que lo es en el caso de la muerte corporal, la que nos deja sin cuerpo, y sin nada que lo sustituya. ¿Qué es la mente sin el cuerpo? La mente pura no existe, todo lo que sucede en ella se traduce de alguna forma en el mundo físico, en forma de parpadeo, de sueño, de inmovilidad, de acción, de palabra. Todo se proyecta, aunque no sea de forma inmediata. Podemos pensar hoy y proyectar mañana, podemos hacer lo que pensamos, o lo contrario. La mente está al servicio de lo físico, y esa parece ser su función: regular el acontecer físico, la acción, el deseo, la forma de caminar, sea a priori o a posteriori, sea para anticipar o dar sentido a lo ocurrido.
Así pues, la mente muere más veces que el cuerpo, pero también vuelve a nacer en numerosas ocasiones. El cuerpo lo tiene más difícil. Un amigo, muy aficionado a las filosofías de la India, adonde viaja habitualmente, siempre dice de la gente, como piropo: "está más muerto que vivo". Todavía no estoy segura de entenderlo, pero he puesto mi mente en modo búsqueda para lograrlo. Como primer apunte se me ocurre: es más fácil renacer si se sabe morir. (la mente como sistema, como cuerpo teórico, no como espíritu, no pretendo hablar de religión)
Así pues, lo que se llama patología mental es una cierta organización mental, susceptible de morir. Un sistema de organización de lo físico, un modelo teórico. Antes de que se haga tarde, el esencialismo no cabe en esta mente de la que hablo. Una mente esencialista es sólo un tipo de mente, ahogada en esfuerzos estériles por mantenerse igual a sí misma, una mente feroz, superviviente de una vida que cree única, una mente peleada con la mortalidad, pagada de sí misma, circular, con dificultades para enfrentar retos diferentes a la resistencia al cambio.
La mente puede estar enferma, pero no de la misma forma que el cuerpo. Sus dolores son abismales, inasibles, como inasible es el mundo físico con el que no acaba de comunicarse. Para esta mente enferma, el mundo físico es una carga atroz, es un recordatorio de la exigencia que no puede satisfacer. Pues si la mente está al servicio de lo físico, y no le sirve, el cuerpo es una carga, el cuerpo sobra, pesa, mancilla, el cuerpo es un espejo siniestro. ¿Qué hace con el cuerpo una mente enferma?: castigarlo, negarlo, forzarlo, lesionarlo, ignorarlo. "No te sirvo, desaparece, porque sólo desapareciendo tú podré desaparecer yo". Es al revés.

Es al revés, es la mente quien debe castigarse, lesionarse, negarse, desaparecerse, morir. Convertirse en otra cosa, aprovechar la plasticidad que tiene concedida para ese fin. Pero esa plasticidad ha de tener un reconocimiento fuera de ella, en el mundo físico de la otredad, en las otras mentes que conducen los otros cuerpos. Si una mente se renueva, se nota. Lo nota el cuerpo y lo notan los otros cuerpos. Físicamente percibimos sonrisas, posturas, formas de respirar, tonos de voz, percibimos cuándo las mentes sirven a los cuerpos, cuándo los cuidan y los acogen, como percibimos lo contrario.

No podemos seguir llamando enfermo a quién se ha reconciliado con su cuerpo físico, a quién proyecta para él, a quién lo interpreta lo más armónicamente que este patologizado mundo permite. La mente es la teoría, el cuerpo es la práctica.
Patologizar es confundir la muerte del cuerpo con la muerte de la mente, es pensar que la mente, como el cuerpo, sólo tiene una vida.

Hay patologías que molestan más que otras, que marcan más que otras. Molestan cuando se tienen y molestan, de otra forma diferente, cuando dejan de tenerse y sin embargo pesan, porque si nos miran como enfermos cuando ya no lo estamos, la mente tiene que morir más veces de lo que su cuerpo le reclama. Se hace más fuerte, sí, pero se cansa. Y al final el cansancio, como todos sabemos, lo paga el cuerpo.

miércoles, 7 de julio de 2010

El tratamiento ambulatorio involuntario

Copio literalmente este texto de un foro de Radio Nikosia:


"Hace unos años, se presentó en el Parlamento Español una Propuesta de Modificación de la ley de Enjuiciamiento Civil, para regular los tratamientos no voluntarios de las personas con trastornos psíquicos, que fue rechazada. De nuevo, se abre otro intento de llevar adelante dicha propuesta. En la Comunidad Valenciana, se va a decidir la aplicación del Tratamiento Ambulatorio Involuntario (TAI), lo que supondría disponer de operativos judiciales y policiales para su aplicación. Y como era de esperar, ya se han escuchado muchas voces partidarias de la implantación de esta medida. Estos intereses provienen de entornos de la magistratura, la psiquiatría o incluso de algunas asociaciones de familiares de "enfermos mentales". Los partidarios de la aprobación de estos protocolos se sustentan, tanto en las campañas de pánico y alarma social que se generan desde los medios de información, como en la calidad de la atención de las personas diagnosticadas. SE SUPONE, QUE LO PIDEN POR NUESTRO BIEN. ¿Pero qué pensamos las personas diagnosticadas, o no, de ello?. Evidentemente, nuestras sensibilidades al respecto, son muy amplias y diversas, pero sí que entendemos que tenemos capacidad para discernir y valorar lo que la aprobación de una medida de estas supone. Además, sabemos, por experiencia propia, lo que no dicen los partidarios de judicializar lo que llaman "salud mental".

De entrada, el nombre ya encubre ciertas intenciones. Se habla de tratamiento involuntario, cuando debería de decir claramente forzoso o forzado. Este matiz, apenas perceptible, apunta al preciado interés de una limitación de libertades.

Por otra parte, se inhabilita a la persona diagnosticada para poder decidir sobre su propio tratamiento. Las personas diagnosticadas, pasan por etapas de crisis, pero no siempre están en ella. Uno de los principales motivos para el rechazo de la medicación, es como consecuencia de sus devastadores efectos secundarios, que privan a la persona de muchas de sus capacidades. Esta cuestión, no entra en consideración de los promotores de la medicación a la fuerza. De nuevo, se coarta la libertad de la persona a poder expresarse y decidir. Además, no se reconoce el desconocimiento real sobre qué tipo de trastorno le afecta a una persona, y pese a todo se le medica.

Otra cuestión que también se ignora, es la desinformación sobre los tratamientos y sus efectos indeseables, en los que, irremediablemente, va a quedar sumida la persona diagnosticada. Otro derecho más que se vulnera.

Con la aplicación del TAI, se produce una estigmatización social y sanitaria, de la persona afectada, lo que puede redundar en una peor asistencia médica, y en una criminalización de las personas diagnosticadas.

A nosotras, las personas diagnosticadas, lo que no nos pueden ocultar es que, la judicialización del tratamiento psiquiátrico, jamás puede obedecer a criterios terapéuticos. Más bien deja en evidencia una grave vulneración de derechos fundamentales y de ciudadanía; pues pone un mayor énfasis en el control que en la asistencia y desvaloriza el hecho de que en ocasiones, las razones para no llevar un tratamiento, puedan ser competentes y legítimas.

El hecho de establecer una legislación específica para personas diagnosticadas, supone institucionalizar el estigma y es una medida altamente discriminatoria; ya que acepta que la situación "natural" de la persona diagnosticada, sea estar bajo control o encerrada.

Como casi siempre, esa imperiosa "necesidad" de legislar nuestras vidas, esconde además de la limitación de libertades, poderosos intereses económicos de grandes y multinacionales industrias. Estos intereses para la aplicación del TAI, toman como referente los EE.UU., que no sólo nos importan sus crisis económicas producidas por las guerras que emprenden, sino también sus políticas de control social. El TAI, toma como referente leyes que, como la Ley Kendra en New York, se han ido extendiendo por todo el orbe de influencia occidental. Así el TAI, en sus diferentes versiones, se encuentra ya implantado en países como Estados Unidos, Canadá, Australia, Reino Unido, Nueva Zelanda, Israel...; y ahora quieren imponerlo en todas las comunidades del estado español, obviando que ya existen leyes, como la Ley de Sanidad y la Ley de Autonomía del Paciente, que garantizan una atención integral; pero que nadie, de quienes abogan por el TAI, tienen un verdadero interés en exigir que se cumplan. Esto ya por sí, es suficientemente sospechoso, pues intenta desviar la atención de los verdaderos problemas con los que nos encontramos, y nos enfrentan, al juicio paralelo que provocan los medios de información con su alarma social.

En definitiva, y como han reconocido muchos profesionales de notoria trayectoria, el TAI, es inútil e incluso perjudicial. Es contrario a los derechos humanos y no mantiene ninguna coherencia con las hipótesis del choque emocional que puede provocar, ni con el riesgo de recaída. El TAI intenta, una vez más, buscar complicidad en la psiquiatría y en la industria psico-farmacológica, como instrumentos de poder y coerción, en lugar de encontrar su aliado en la persona diagnosticada. Y no hay suficientes datos experimentales y científicos que avalen su eficiencia, y sí los mismos argumentos confusos y prejuiciosos de siempre.

Lo que pone en evidencia este nuevo intento de aprobación del TAI, es que nuestro sistema sanitario carece de suficientes recursos en el terreno de la salud mental, y que nuestro esfuerzo debiera de dirigirse en este sentido más que en la extensión de intervenciones coercitivas a las personas diagnosticadas con algún trastorno mental."